Para Sara Hurtado
Ayer nos
dijimos adiós, o hasta pronto, Y te deseamos suerte, y te prometimos estar
tristes el lunes a las nueve. Y hasta Jotace parecía uno de los nuestros, y no
un amarillo, y lo fue. Y tú ya sabías que no encontrarás esto que todavía
tienes entre nosotros, y lo supiste a dos semanas de La Perla cuando dijiste
que te ibas, cuando entregaste la carta escueta renunciando a algo que entonces
se convirtió en algo más que un lugar, en algo más que un trabajo. En algo más
que en un “de lunes a viernes” porque todos sabemos que esto es algo más. Es posible
que esto sea una pequeña adhesión de la que hasta sea sano salir, una pequeña ilusión
que nos inventamos, y fue creciendo por la dificultad, pero hubo armonía y parte
de esa armonía, ayer, te la llevaste tú.
Y yo hoy,
mientras te escribo, me doy cuenta de ese veneno que tiene perderte. Ese veneno
que nos va dejando sin ti.
El Cactus grande de
la terraza parece que duerme mientras amanece y yo te dedico este tiempo. El cielo
parece verano y aunque me abrigo para salir a escribirte, sigo sintiendo frío,
febrero se ha ido contigo.
Pienso en
que no volveré a ver tu sonrojo, que a mí me parecía tan sensual, por el calor
de la sala grande, el cansancio y la rabia, ni los esfuerzos que hacías en el callarte
para que todo transcurriera según lo previsto. Porque bien pronto comprendiste
que había que seguir un guion.
Por la
calle solo hay gente que pasea sus perros, se oye el ruido que hacen los pájaros
y el ruido que desprenden los motores de los aviones, las grúas brillan ante el
trasfondo de un cielo dorado.
Y pienso en
“esas cosas tuyas” que tú no puedes percibir porque son tuyas; al llegar, al
principio de todo, cuando dabas señales, avisabas que ibas a ser la mejor, señales
de que por encima de todo y de todos habías venido a ganar. Esas cosas que eran
tu actitud de recién llegada se te fueron templando y transformando, en
humildad, más que por el sistema, porque tú también eres así. Eres de compartir
tus cosas, todas esas cosas en las que te imité y aprehendí para poder
sobrevivir a tanta hostilidad, para poder respirar y dejar de sentirme
vulnerable, como tantas veces me sentí.
En lo alto
el cielo ya es azul y tres aviones hacen tres rayas blancas. Siempre me ha
gustado distraerme imaginando a la gente que va dentro, esa ilusión que siempre
producen los viajes.
A las nueve
menos cinco no sonarán más las ruedas de tu maleta en el trayecto a la sala de
reuniones, como no sonará más tu voz dándonos a todos los buenos días, porque
en el fondo, lo de todos nosotros es darnos los buenos días y desearnos un
mundo mejor, jamás vi tanto entusiasmo en un buenos días, como en nuestros
buenos días.
El amanecer
ya se ha convertido en día, el sol brilla enorme, solemne, ilumina todos los
tejados, y ahora parece que se vierte por todas la calles vacías.
Madrid, 3
de marzo de 2019
Antonio
Misas