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morir en Idomeni



Por la Calle Alcalá doscientos cuarenta seis la vida emerge y en las profundidades de los hogares no deja de haber problemas. Tras las puertas cerradas de las casas es bien temprano para que la vida parezca bella. 

Los días que no pasan no han dejado de pasar, pero hoy a las nueve y medía ya no huele a invierno, el sol brilla dentro y fuera de los edificios, y de las nubes, que son de color blanco, y del cielo, que es de ese azul definitivo de la primavera, todo es tierra y cielo.

Como actores de relleno en un escenario de película; los personajes de la gente desocupada cruzan la carretera por cualquier parte. Los empleados de los bancos desayunan barritas con aceite y tomate con el olor de la primera tortilla del bar. Hoy la ciudad es un territorio más cristalino, aunque sigue recargado de indiferencia por donde avanza la vida. El autobús se detiene en la parada. El conductor se recuesta sobre el volante y observa el exterior. ¿Cuántas pulgadas mide el parabrisas de un autobús?. Los jubilados fuman olvidados en los bancos y no pierden de vista a los transeúntes del SEPE de Ciudad Lineal que salen con sus asuntos resueltos. Se distinguen porque andan con una gratitud transparente. 

Y mientras los primeros días de la primavera nos aproximan al final del verano, el televisor vuelve a hablar de desesperación y muerte. Federica Mogherini lloraba en Jordania porque en el aeropuerto de Zaventem, Lucifer había extendido su alas. Hasta Dante hubiera llorado en las entrañas de la estación del metro de Maelbeek.

Hace días que le doy vueltas a aquello que decía un tipo; prefiero morir en Idomeni que regresar al hogar mutilado por las bombas, pero muchos no le comprenden. La xenofobia es miedo. 

La vida se desentierra de eternidad en los cementerios. Hay inmortalidad para adornar las flores.  


Madrid, 24 de Marzo
Antonio Misas