"Una
vez pudimos sentir orgullo al ver las montañas blancas desde las cumbres. La
montaña nos permitió sentirnos grandes y nos dio la posibilidad de creer que
aquel sentimiento duraría toda la vida. Lo que no entendimos entonces es que
con ese mismo sentimiento se iniciaba un declive, en todos los sentidos, que se
mantendría invariable. Detrás de aquel período de intensidad sólo quedó la
caída, nada se sostuvo."
Pienso
que esto que he escrito no irá a ninguna parte, es una reflexión demasiado
obvia e inútil. Decido largarme a la calle a despejarme. Estoy en una de esas
veces de reflexión casi poética que tanto detesto. A veces quiero escribir
largo pero cuando releo cerca de la cincuentena de páginas escritas me
encuentro con una infinidad de reflexiones patéticas y formas poéticas que
hacen que lo abandone.
Recorro
la calle Barquillo mirando al suelo, voy dándole vueltas a esto. Levanto la
cabeza y miro a la gente con la que me cruzo y otra vez al suelo empedrado.
Pienso que una vez el alcalde se esmeró en alfombrar la ciudad y pienso en esa
gente ocupada que sueña despierta cada día. Me subo a la acera a la altura del
teatro infanta Isabel porque un coche me pita, el conductor hace gestos de
desaprobación y pienso que ese hombre nunca podrá disfrutar de la ciudad. Me
detengo en madrid hi fi a mirar el escaparate y pienso en la grandiosidad de la
música. En la otra acera, en la puerta del carrefour exprés un subsahariano
vende mecheros. Me vienen imágenes de las cuchillas de la valla fronteriza de
Melilla.
Me
pregunto qué sentirán cuando esas cuchillas de la valla fronteriza de Melilla
cortan su carne..., en qué momento perdieron la esperanza de un futuro mejor.
A
nosotros nos gusta decir: Kilimanjaro o Monte
Kenia o Memorias
de África y pensar en cosas
bonitas...
Madrid,
7 de junio de 2015
Antonio
Misas