Fotografía de A.Misas
Dejó
de leer por un momento y pensó en que unos días atrás estuvo en un entierro,
recordó que la vez anterior no pudo contener las ganas de vivir. En aquel
entierro lloró por ver sin vida el cuerpo de una persona que le había sido tan
querida… y allí, el sentido de la vida tomó otro cariz; las cosas materiales,
el dinero, todos los errores que había cometido y cometería el resto de sus
días pasarían a un plano menos importante. También la espiritualidad dio un
giro y renunció a toda mística y ya solo necesitó comprender por qué vivimos
para explicarnos la vida, para qué estamos aquí preocupándonos de cosas
horrendas, teniendo miedo a envejecer, no a morir, pero si a hacernos mayores y
ser un instrumento inútil.
Vivir,
pensaba, no es solo una reunión de episodios y consecuencias. No es, si haces
las cosas bien, te premian y si las haces mal, te castigan. Todo eso le parecía
un disparate, todo, una educación inútil. Sin embargo, reconocía que nuestros
hijos no pueden crecer sin aprehender el valor de la integridad y la necesidad
de adoptar una moral y conservar la ética. Sin ello, nada tendría ya sentido…Se
quedó dormido en el sillón y el libro que tenía entre las manos estuvo a punto
de caérsele al suelo, al intentar atraparlo, se cayó y quedó abierto por la
«parte IV: Del reino de la oscuridad.»
El
sueño le impidió recoger del suelo el Leviatán de Hobbes, se durmió por el
capítulo XIII, por donde decía: «La vida del hombre es solitaria, pobre,
malévola, bruta y corta.»
Madrid,
3 de febrero de 2013
Antonio
Misas