Para
Eduardo Guijarro
Aquel
tipo tenía la voz bonita, me gustaba como hablaba y las cosas que decía. Al
principio me dio esa impresión de sabelotodo porque nunca venía de vacío, pero
me gustaba como trataba a los demás. Le conocí en un trabajo de segunda, fuimos
compañeros durante un tiempo y luego le perdí la pista. Volví a oír su voz
acogedora en un lunes de puerta fría, me miró con su mirada tierna en un
polígono de mala muerte donde pululaban hasta los tumbleweed del desierto de
Texas, y me abrazó como si me hubiera visto ayer y en estos años, el tiempo no
hubiera pasado. Supo que la fortuna había dejado de mirarme a la cara y me
protegió como si yo fuera un niño desamparado y él pudiera ver mi alma, como si
supiera que todas las veces que me he sentido un fracasado, en ese mismo
momento, me estuvieran cayendo encima.
Por
la noche, nada puede aplacar la violencia de todos mis conflictos, pero cierro
los ojos en la oscuridad, y me agarro al sosiego que me dio su voz.
Madrid,
4 de enero de 2014
Antonio
Misas