No se llega a
ver guapa en el espejo. Decir ego recuerda a Jesucristo. Ya brilla, suelta el
secador y hace esa mueca que pronuncian los labios cuando se pinta un
beso. En la encimera, junto al lavabo, hay un paquete de tampax. La
esponjita, el tono tierra que oculta las ojeras… suena el móvil.
_ ¡A mí no me duele el ego! Me duele que este tipo no me quiera, me hace daño que no se ocupe ya de mí, de nosotros. Tener que salir de esta costumbre, darme de bruces con otra realidad, y despertar en este momento, sucio. Tener vacío en las palmas de las manos… ser parte de sus cicatrices, haber parido.
Al otro lado la
voz no deja de hablar. De fondo, se oye el ruido del tráfico, algún claxon y
cuando pitan los semáforos en verde. _ Voy a entrar en la tienda Nesspreso de
Velázquez._ Ella piensa que ya no toma café, en George Clooney, en que ya
no te duela nadie. _ Después paso a buscarte, ¡ponte guapa! No pienses en
esas cosas.
Todavía queda
vapor en el baño, la luz está en las lentejuelas de la blusa, lejos de todo
esto, en el colorete vivo, en el azul de la sombra de ojos, en el rimel y en la
música de los anuncios de perfume.
Madrid, 21 de
enero de 2014
Antonio Misas