Se subió al metro en Arturo Soria para regresar a casa y sintió la necesidad de encontrarse
con el vacio otra vez, huir a ninguna parte. No le bastaba llenar el tiempo de
tiempo ocupándose de vidas ajenas, de acontecimientos y rutinas de otros. Necesitaba
apartarse de la gente para oír el silencio. Los otros iban a lo suyo y sabía
que cuando empezaba a sentirse hastiado era porque necesitaba cambiar de aires.
Nunca le había llenado formar parte de lo intrascendente de los demás durante
largos periodos. Vivir así le producía tedio y sabía que esta situación no
debía prolongarse mucho más. Pero estaba
lo de seguir integrado en un trabajo y tener un sueldo para seguir viviendo y
eso siempre le había preocupado. Nunca dio un paso certero que le sacara de esa
fosa común. Consideraba que estar sometido, supeditaba sus movimientos a una
rutina que le saturaba. En el vagón olía
a la humedad de los abrigos mojados y al calor de los cuerpos de la gente, y la luz intensa dejaba observar con detalle los
rostros, los poros de la piel y los gestos incómodos e impacientes. Todo el
mundo parecía querer liberarse de algo, llegar al hogar.
La historia siempre se repetía. Opinaba que habíamos
simplificado tanto nuestra idea del mundo, que pretendíamos saber lo que queríamos
casi de forma mecánica, como si de algo prosaico se tratara.
Un día lluvioso en el invierno de Madrid, nadie quiere permanecer demasiado tiempo en un
vagón de metro.
Madrid, 26 de enero de 2013
Antonio Misas