En aquellos
días descubrió otra parte de su ser en la que no se reconocía. Un lugar
desconocido en el abismo humano. Ideas oscuras en el espejo y un rostro que ya
no le correspondía, no, hasta que asimilara aquella nueva forma monstruosa que
le hacía sudar en las primeras noches del verano.
Habían
pasado quince días desde lo de la borrachera con sus amigos. Él ya no podría
olvidar nunca la imagen de sí mismo que ella le ofreció con tanta rabia. Él se
ponía una y otra vez en los ojos de ella para proyectar su propia imagen y
sentía vergüenza y odio. Se despreció como nunca antes hubiera podido imaginar.
Al salir
con las maletas por la puerta, miró la casa por última vez, dejó las
llaves en el taquillón y se detuvo en aquel recorte de revista. No
hacía mucho tiempo que lo había cortado y pegado con papel de celo en
la madera de la puerta, a la altura de los ojos, junto a la mirilla, con
la intención de verlo cada vez que saliera al mundo:
“El optimismo cura”.
Madrid, 22 de junio de 2012
Antonio Misas