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Adiós muchachos


El martes trece reventaron los zapatos negros. El corazón todavía aguanta. En lo peatonal de la Plaza de Alonso Martínez los hombres descargan un camión de barriles de cerveza para la cervecería Santa Bárbara. Ruido de barriles. El sol atraviesa ya las paredes de cristal en el kiosco de libros. Mientras abre Casa Grana para hacer la visita decido repasar la vida al sol, desde el día siete hasta que me llamó Joris y me concedió una libertad que visualicé durante seis días. Lo que pasó antes del día siete no lo quiero en mi vida, aunque me pasó a mí, no lo quiero. El seis fue lo que no quiero. 

Joris me llamó y me dijo que el puesto era mío. Hasta ese día yo sabía que este trabajo me estaba enterrando y que cada día que pasaba era un día mecánico en mi vida; No pensar, no pensar: subsistir: verme de tierra hasta en la boca. Los nervios rotos. Zapatos viejos, muchachos tristes.

Hoy es veintiséis de marzo y os escribo desde un avión que me lleva a Barcelona. Perdonadme tan hermético secreto, tantos sueños y estos últimos días, tanto último silencio. 

Adiós muchachos, adiós. 

Madrid, 17 de marzo de 2012

Antonio Misas