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él ha visto crecer rosas negras en sus pulmones, nunca verá automóviles eléctricos

Aquel viejo se sentó conmigo al verme fumar un cigarrillo en el banco de debajo de su casa. Mirábamos al escaparate de la tienda de motos y veíamos a la gente pasar. Me contaba que fumó mucho durante toda la vida, que ya no, que ahora tenía que dormir con oxígeno porque si no, se asfixiaba. Tenía ochenta y cinco años y estaba condenado a acudir al médico cada día. Yo me encendía un cigarrillo cada poco tiempo mientras le escuchaba relatar su vida. Había sido camionero hasta que se jubiló. Hablaba con pasión del Pegaso Comet, del Barreiros y hasta de un Leyland con el volante a la derecha. De los miles de cigarrillos que se fumó en la cabina de aquellos camiones con motores que hacían ruidos infernales por todas las carreteras del país. Incluso una vez había viajado a Francia.  Aquel día, el viejo disfrutó de lo lindo viéndome fumar...  cuando arranqué la moto le vi que me miraba como a un familiar que ya nunca volvería a ver. Antes de desaparecer, cuando me paré en el ceda el paso de la glorieta de la Calle San Jaime, miré atrás y le vi levantar la mano y decirme adiós por última vez.

Ahora, sentado en un banco de la calle Narváez, pienso en aquel viejo, y mientras me fumo un pitillo observando a la gente pasar, me fijo que un taxi se detiene en el carril bus y descarga un pasajero. Veo como el taxi se pone en marcha silenciosamente, deslizándose por el asfalto hasta detenerse en el semáforo, no se oye nada el motor. Acelera y se aleja flotando. Intento imaginar Madrid... me produce una extraña sensación quitar el ruido de un contexto que lo lleva implícito...     
  
Es muy posible que dentro de cuarenta años yo sea el viejo que se sentó conmigo. 

Madrid, 21 de agosto de 2011

Antonio Misas