Para José Antonio Boduderé y José Luís Conde
Llegó
un día en el que dejé de sentirme inmortal y no fui inmediatamente consciente.
Deje de volar y recalé en los remolinos del mar, en
los pensamientos de la muerte.
Enumeré todos los muertos que había visto de niño y
perdí la cuenta pensando en la playa.
No sé si alguno de aquellos muertos me importó pero
la muerte me traslada a una tarde de verano.
Una tarde de verano es el lugar más triste. El sol
permanece en los ahogados rodeados de gente.
Ya no me impacta la oscuridad, superé el trance
escuchando el aleluya de Leonard Cohen.
Sin temer que el diablo me llevara o que un muerto
me llamara para acompañarle a la tumba.
Llego un día en el que me sentí frustrado y era tan
niño que empecé a vivir de mis impulsos.
Cada impulso es un grito ahogado en el que nadie
repara, en el que nadie te ve, ni te oye.
Enumeré todos los fracasos que había tenido desde
niño y perdí la cuenta pensando en nada.
No sé si alguno de aquellos fracasos me importó pero
el fracaso me trasladado a ninguna parte.
Ninguna parte es un no lugar, como los aeropuertos,
en la gente la inquietud es permanente.
Ya no me impacta la soledad, supere el trance
escuchando “Dead and Lovely” de Tom Waits sin temer que el diablo me llevara o
que un muerto me llamara para acompañarle a la tumba.
Hace algún tiempo deje de enumerar instalándome
eventualmente en el fracaso.
He asumido que no soy inmortal, que estoy frustrado
y que he fracasado, sin embargo, me he encontrado con la felicidad
simplificando cada día las cosas.
Ya no me impacta la sabiduría soberbia, ni la
inteligencia, ni los genios…
Solo quiero ver a mi hijo crecer siendo consciente y
parte del tiempo que me ocupa…
Recorrer La tierra baldía, oler Las flores del mal y
charlar con El vigilante de la nieve.
Antonio Misas
Madrid, 28 de mayo de 2008