Para
mi amigo, Manel Rubio Reyes
Éramos
un grupo de niños todavía tímidos y él lo suponía casi todo para nosotros. Nos
llevaba de aventura y nos hacía participar de cada nueva actividad que se le
ocurría. A pesar de nuestra timidez nos ayudó a crecer y algo de lo que somos
hoy como personas se lo debemos a él. Era nuestro monitor y amigo, nos hablaba
como a iguales, como a adultos. De su mano le echábamos valor a cada asunto en el
que nos metía. Pasamos muchas veces frío y miedo en la montaña, mucha vergüenza
cuando actuábamos en pequeñas obras de teatro o nos disfrazábamos para
entretener a los demás, pero siempre nos sentíamos arropados y ensalzados por
él. Había mucha sagacidad en aquel tipo tan “echao p´alante” que nos arrastraba
a sus pequeñas locuras. Todo el mundo le conocía y muchos envidiaban su osadía
y, sus genialidades.
Ha
pasado mucho tiempo desde aquello y esa épica adolescente que compartimos con
él y que tanto nos ayudó a crecer, parece que fue de otra vida.
Me
impactó verle hace unos días, llegó sonriendo y andando de forma aparatosa, con
unos cuantos kilos de más, hinchado por la cortisona debido a una dolencia de
espalda, no lo voy a obviar, me pareció injusto ver así a mí amigo, pero en
aquel momento me embargaron sentimientos puros de amistad y amor, le hubiera
abrazado durante todos los minutos que estuvimos juntos. Fui consciente cuando
hablaba con él de todos aquellos días que reímos y disfrutamos, mirarle me
llevaba a los buenos tiempos, a los mejores momentos, a todas las veces que me
apoyo siendo un niño, a las veces que me defendió, que me empujó a ser mejor en
todo lo que hacía y apostó por mí, a los maravillosos días de mi
infancia.
Madrid,
02 de septiembre de 2015
Antonio
Misas