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november rain

  Después de los años aquel tipo volvió a mí para llenarme de reproches. Se separó de otra mujer con la que no llegó a consolidar la relación, que desde un principio, se suponía vana. Se separó de la misma manera en que un día se alejó de mí, con la cobardía de los hombres inmaduros. Perseguía incapaz un paraíso que solo podía existir dentro de su cabeza, pues era un ser atormentado en sus ideas y en su noción del amor. Parecía condenado a permanecer el resto de sus días en un mundo distorsionado. Y en la fría lluvia de noviembre me abordó con su resentimiento para producirme un dolor que yo ya había olvidado. Me despachó en una noche de tormento haciéndome sentir culpable una vez más. Ahora pienso que la última. _ ¿No crees que necesitas a alguien? Todos necesitamos a alguien.   _ Nada dura para siempre y ambos sabemos que los corazones pueden cambiar. Pude ver como vino a mí alejándose de mí desde el principio de la tarde. Cada palabra suya me llenaba de soledad y desdicha

de nada sirve la razón ni la verdad

  Amanece con niebla. No queda nada del calor asfixiante del verano y solo en la mente permanece esa percepción y certeza de un mundo enfermo, aunque la sensación de que por fin ocurra algo distinto, no cesa. Los niños acuden con mascarillas al San Pedro Apóstol arrastrando las mochilas y el ruido de las ruedas hace en la calle el mismo ruido que hacían aquellos trenes cargados de judíos que iban hacía un futuro incierto. La niebla dará paso a un bonito día soleado de otoño y el desconcierto y la duda permanecerán mientras esa luz inocente y suave replicará un día más de vida lleno de belleza para abrirnos a todos los comienzos, a todos los principios. La vida podría estar llevándonos gentilmente hacía nuestro verdadero destino, y no lo sabemos, porque como decía Esopo, la gratitud de estar vivos convierte lo que tenemos en suficiente, pero como en el lobo y el cordero, de nada sirve la razón ni la verdad.   Antonio Misas Madrid, 23 de septiembre de 2020        

la máquina del tiempo

Para Miguel Esparza, Michu. In memorian.   Nos conocimos en Padua, en el porche de la casa de Olga y Bruno, era la comunión de Sofía y Marta. Estabas allí fumando un cigarrillo liado con tu hermano Sergio. Sin más preámbulos me interrogaste pretendiendo ser un tipo molesto, de esa forma tan directa que interrogan los hermanos mayores de las chicas. Los demás sonreían viendo como ponías la máquina en marcha; fuerza en la voz y tranquilidad en los gestos hasta convertir aquel momento en un lugar acogedor. El sol de aquella mañana en Italia me parecía de un decorado de correspondencia para aquella conversación mientras hablaba contigo y tu aceptación me iba acercando a ti. Miro tus medallas en la mesa junto a tus fotos, Berlín, Roma, Atenas… son de todos esos maratones que te fuiste echando a la espalda. Ha venido mucha gente a despedirse de ti, han venido de muchos sitios, de muchas etapas de tu vida. Y todos hablan de esa alegría que llevabas siempre puesta, de toda esa bondad

El último Boeing 787-800 de Air Europa, majestuoso y azul

                         Para Veni, para que pronto vuelva a firmar. En estos días intento escuchar música para sentirme libre. Música de esa que hay para intentar vibrar alto y evitar que esta situación siga pudriéndome. En «Sic transit gloria mundi» estallé, no lo pude evitar. Vivo en una voluntad que a veces me devora y me imposibilita para hacer frente a la herencia de mi padre. Ese atrevimiento, me aturde. En este tránsito hay un poco de locura y en el canal de Musicoterapia se sube música que escucho y me calma. Lo definen así: «Solfeggio 852 Hz, música de la felicidad para sentirse libre y eliminar los miedos de tu subconsciente a 432hz.» Tiene algo de Tranxilium cinco miligramos. Veo  las calles en calma entre las luces tenues de las farolas.  Veo la vida detenida desde la mesa vieja de la terraza. Me siento a tomar café y a fumar esperando una vez más la alborada.  Apenas llegan aviones al aeropuerto viejo de Barajas. Hay un halo en ese nada que

«Sic transit gloria mundi»

                                                                                    Así pasa la gloria del mundo y así hace que en estos días lo deteste.   He salido a aplaudir dos días… y mientras lo hago, me digo ¿Pero, qué cojones aplaudo? Me niego a volver a intentar seguir la corriente mediática igual que siempre me he negado. Ir detrás de las cosas a las que nos invitan los idiotas del telediario hace que me sienta un puto inválido, simplemente no valgo para eso. Incapaz de seguir La moda, la tendencia y todas esas estupideces que son armas de administración y lobotomía masiva, desnutren intelectualmente al individuo y hacen que la gente pierda el verdadero sentido de las cosas ¿Es que nadie tiene ya criterio? Siempre me parecieron patéticos esos tipos del Dúo dinámico con su puto resistiré o quince años tiene mí amor, los he detestado desde niño, toda su puta vida han aparecido en los programas de navidad vestidos con chalecos rojos y pantalones blancos ajustados ma

volver a cobijarme, en la tarde, y en ti.

                                     Para Verónica    Sabía que la existencia me llevaría a incuestionables comodidades, y aunque allí me sentía simple y estúpido, siempre pensé que no haría nada importante en la vida, había nacido para disfrutar y contemplar el acontecer del tiempo, para estar en cosas sin importancia que no me llevarían a ningún lugar. Vivir sin responsabilidades mayores.  Pensar en una tarde de verano. Pasaba el tiempo y seguía sin saber adónde dirigirme. Me mentía con eso de simplificar la vida. Tenía en la cabeza ideas que aplazaba cada día y lo cambiaba por un bienestar en el que permanecía sentenciado en un tiempo muerto. Volvía siempre a un espacio estéril, y a un existir estéril. Sabía que por ese camino la vida me llevaría sometido arrastrándome a otras voluntades. Vivir era eso, en otro tiempo fue eso y no estoy seguro de si lo seguirá siendo porque todo está infectado de pasado. El tiempo ha cambiado mi mente y con ello, la percepción de

la magnitud del mundo

                                                                                             Entrar en el club me causó infinita tristeza. La navidad se quedó atrás con el diecinueve y una comida. En esa comida volví a ver a unos cuantos buenos amigos que hice en ese club cuando debía tener treinta siete o treinta y ocho años, y un planteamiento de vida, burguesa. Aquellos años los recuerdo con alegría trágica porque descubrí que no quería vivir así. La vida entonces me venía con esa sensación en la que te sientes enterrado. Era una recreación difícil de asimilar. Este día estaba agotado. El estómago me lo recordó pronto. El insufrible ardor que padezco, con el primer vermú, se disparó. La angustia física que me produce no me dejaba atender a nada, estar en nada. Puede que también estuviera triste, hay cosas que se me escapan cuando no llego a hacer lo que quiero y no sé si lo que quería ese día era estar a solas con el monstruo que llevo dentro de mi estómago, o allí dándole v