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El síndrome del impostor

Para mi amigo, Rafa R. Añino Y cuando todo eso pasaba, veía la lamparita encendida esperándole en el pasado, y una explosión de afecto asaltaba su corazón mientras alcanzaba el umbral del hogar de sus padres como un efímero, único y último consuelo. Y aun sin querer saber desde cuando perdió la fe, seguía preguntándose quién, o qué razón le llevó y le empujó a ese abismo y por qué hoy seguía buscando la causa, mientras recreaba episodios de evocación y memoria, junto al pequeño de sus hermanos, queriendo permanecer en ese tiempo pretérito donde la felicidad daba forma al sentido de los días. Y acudía a esa memoria, para reencontrase con su otro yo, con aquel que en el pasado vivió episodios ya irrepetibles, en los que la lamparita era un faro en la tormenta de las interminables esperas de una madre.   Pero el guion de su vida le había traído esto y aunque una maravillosa sonrisa dominaba su expresión, permanecía en el abismo y fingía ser alguien que no era. Se sentía obligado a

Lolita

Vi la turbación en su rostro y me fui dándole vueltas a eso. Eran tres adolescentes, regresaban del colegio al mediodía. Venían hablando agitados. Era en un día de viento y lluvia de diciembre. Dos chicas y un chico. El chico parecía de origen sudamericano, un español de allí. Ellas eran de aquí. Me llamó la atención el chico porque tenía el pelo teñido de color granate. Cuando me crucé con ellos me fijé en las raíces negras de su cabellera frondosa. Ella decía   algo de su madre. Supuse que estaban planeando algo. Tal vez reunirse en casa de uno de los tres o ir a alguna parte juntos, a una fiesta, una quedada con más amigos o un botellón. No sé. En aquella turbación había una chica vestida de colegiala, delgada, alta y bonita. El viento despeinaba su cabello levemente rizado y sus mejillas sonrosadas proporcionaban una irradiación a su ser que me atrajo durante esos instantes en los que pude observarla fugazmente. Su expresión de confusión tal vez era porque quería decir algo que

«Que todas las cosas buenas te sucedan»

  El hombre y la mujer encontraron una carta en la cajita junto a las llaves de su nueva casa donde se mencionaba algo que había dicho Fran Bascombe, el alter ego de Richard Ford en su novela El día de la Independencia. Les sorprendió. La carta decía lo siguiente: Ahora empieza tu nueva vida, una nueva vida llena de proyectos e ilusiones. En esta entrega de llaves sabemos que abriréis la puerta al primer día de todos los días del futuro. Sabemos que encontraréis habitaciones vacías que llenaréis de emociones, y que por las ventanas que miran al mundo entrará el aire que con frecuencia colmará el espacio de felicidad, pero antes que nada queremos hacer mención a algo que dice Fran Bascombe… Este es vuestro nuevo hogar y este es nuestro deseo. Esta es la nueva casa, el nuevo hogar donde no hay límites para desarrollar todas las posibilidades de bienestar, prosperidad, felicidad, comodidad y seguridad, para crear el mundo, posibilidades que ya están en vuestras manos. Disfruta

Imagina, inspíraTE...sueña...ELIGE

  Para Guadalupe Lancho   La luz de las farolas entra por el cristal labrado de la ventana del baño y en los azulejos de la pared se forman ríos irregulares de luz. A los empleados del ayuntamiento les gusta venir por estas calles alrededor de las cuatro de la madrugada. Ayer, antes de ir al dentista, me puse con lo del discurso que me pidió Manel para la inauguración de la calle de César en Santander. Por la tarde fui a la inauguración de la exposición de José Luis Rayos a la galería Cruz Bajo. Al final fui solo, bajé en la moto hasta Don Ramón de la Cruz quince para agradecerle lo de la portada de « Ayer que amé tus rodillas…» . El camioncito mínimo tiene unos rodillos con los que va limpiando la calzada a la vez que tira agua. Los tipos están acostumbrados al ruido y a las cuatro de la madrugada hablan a voces. A esas horas me pongo a ver videos de Guadalupe Lancho, la descubrí viendo una serie en prime video, « Muñecas» . Su voz ya estaba impregnada en mi memoria desde hace lustro