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El síndrome del impostor


Para mi amigo, Rafa R. Añino


Y cuando todo eso pasaba, veía la lamparita encendida esperándole en el pasado, y una explosión de afecto asaltaba su corazón mientras alcanzaba el umbral del hogar de sus padres como un efímero, único y último consuelo.

Y aun sin querer saber desde cuando perdió la fe, seguía preguntándose quién, o qué razón le llevó y le empujó a ese abismo y por qué hoy seguía buscando la causa, mientras recreaba episodios de evocación y memoria, junto al pequeño de sus hermanos, queriendo permanecer en ese tiempo pretérito donde la felicidad daba forma al sentido de los días.

Y acudía a esa memoria, para reencontrase con su otro yo, con aquel que en el pasado vivió episodios ya irrepetibles, en los que la lamparita era un faro en la tormenta de las interminables esperas de una madre.

 Pero el guion de su vida le había traído esto y aunque una maravillosa sonrisa dominaba su expresión, permanecía en el abismo y fingía ser alguien que no era. Se sentía obligado a despreciar a aquel hombre generoso y afectuoso, lleno de cordura y extraordinarias habilidades, que nos cuidaba a todos y que en realidad ocupaba su ser.

Aun sabiendo que el cerebro es nuestro mayor adversario, había proyectado un ser antagónico que se ocupaba de derribar todo lo que había construido y no bastaba el amor que le profesábamos para redimirle de ese castigo.  

Aquellos días se prolongaron más de la cuenta y en alguna ocasión perdimos toda esperanza. Parecía que jamás recuperaríamos a aquel tipo maravilloso por nuestra incapacidad para comprender.

Hoy disfrutamos de su regreso.

El sol resplandece e ilumina esta ciudad, él nos habla entre el barullo, entre el ruido de los automóviles por las obras de la calle y de los obreros que trabajan lentos en las interminables obras de las aceras. Y ya lejos de aquel escenario desde donde se cuestionan todos los defectos y todas las virtudes, lejos de esa voluntad, lejos de todas las interminables noches, y de todas las tempestades, al abrigo de su compañía, observamos a la gente que pasea y nos saluda.

Esto que cuento, él mismo un día nos lo explicó y nosotros jamás lo hubiéramos imaginado.

 

Madrid, 28 de diciembre de 2022

Antonio Misas

 

 

 

 

 

 

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