Lo veo desde detrás de la vidriera, es invierno y hace frío. Es enero y empieza el alboroto de los colegios y en la arteria principal de corralejos las madres amontonan sus vehículos para estacionar a sus hijos en el San Pedro Apóstol. El conserje saca la máquina infernal de soplar hojas y se concentra en resoplar una hoja por el patio del colegio. Parece que el tiempo imperceptible se ha invertido y se ha alojado en una disquisición, en la de lo relativo, y resuena convertido en un tornado sempiterno. Ángel me dijo una vez con cara de cristo de la piedad que era una persona con discapacidad y yo pensé en lo del tonto y la tiza. Me dijo que lo disculpara por esa razón y porque estuve llamando al San Pedro Apóstol para quejarme de la afición de su conserje a la máquina perniciosa. Nunca nadie me cogió el teléfono, supongo que porque no se podía oír. Así que pensé en lo que me dijo Ángel y en el cristo de la piedad y no volví a llamar. A partir de entonces sobrellevo ese ruido
La realidad es lo que se puede describir con el lenguaje, es un lenguaje descriptivo, no la realidad en sí. Por eso “los límites de mi lenguaje son los límites de mi mundo” Ludwig Wittgenstein