Para Paco y
Nati
Ya es de
noche cuando el tren sale de la estación de Málaga. El traqueteo suave del tren
nos lleva hacia esa oscuridad profunda que siempre me ha parecido tan hostil
hasta el punto de producirme cierto desasosiego. El reflejo de mi rostro en la
ventana va dejando en la máquina de la memoria los tres últimos mejores días de
mi vida…
Alguien
saluda a Paco con solo un ademán, hace un gesto de las cejas hacía arriba, y
Paco sonríe y le devuelve el saludo. Después todo gira a nuestro alrededor como
si un camarógrafo envolviera nuestras vidas y las hubiera inventando hace
cuarenta años para mostrárnoslas hoy. Me observo desde lo alto del olivo y
desde arriba, desde sus ramas nos veo brindando por nuestra amistad con el negroni sbagliato que nos acaban de
traer y levantando la copa miro a los ojos negros de Nati, miró a mi amigo y
después a Vero que sonríe disfrutando con
esa ilusión que le hace estar en sitios nuevos, diferentes, exclusivos, rodeada
de buenos amigos, lo sé porque lo veo en su alegría.
Miro a mi
amigo Paco y pienso que todavía somos aquellos niños que nunca se detuvieron a
pensar que volverían a verse, y mientras voy situándome en aquellos días se me
proyecta este futuro que es hoy.
Somos todavía
un poco de aquellos niños que observaban una vida sin expectativas, sin apenas
futuro. Pienso en los planes que no pudimos hacer en aquel porvenir incierto,
inexistente y oscuro, y en toda esta amistad que no ha podido borrar el paso
del tiempo. Han pasado más de cuarenta años.
El camarero
empieza a servir la mesa y antes de la Burrata trufada con tomates cherry y
albahaca nos trae un gazpacho y después el Aguacate de la Axarquía Malagueña a
la brasa y el Tartar de atún.
Paco era un
niño cuando se fue de Santander después de que la leucemia se llevara al
pequeño Chema. No sé cuánto tiempo pasó de su fallecimiento, pero un día
hicieron las maletas y se volvieron al sur desde donde años antes habían
venido. Se fueron de nuestras vidas para siempre por la fatalidad de la
perdida, y la insufrible tristeza que después de tanta lucha produce la derrota.
Como en un
ritual Vero gesticula, se encoge hacía atrás, acerca el IPhone hacía su pecho y
con la punta de la lengua se acaricia los labios para encontrar la precisión
que necesita y fotografiar los platos, primero en el encuadre y luego en el
enfoque. Empieza a hacer de los platos un momento eterno, un ángulo desde donde
suscitar un poco más el apego.
Dicen que
un buen sumiller hace rotar la bodega. Esta noche el del Sea Grill al decirle que queremos un vino tinto Ribera del Duero,
sencillo, a su elección, nos dice que es de Valladolid.
Al final de
esta oscuridad está Madrid, el tren va dejando atrás pueblos y ciudades,
hogares, y toda esa gente que estará haciendo sus cosas, van quedándose atrás en
esta noche fría, ajenos a los viajeros de los trenes que pasan una y otra vez
invisibles como el paso invisible del tiempo, por la costumbre de vivir, y esa
sensación de zozobra se va pronunciando dentro, muy adentro…
Nati dice
que el Mercedes de Paco es un hipopótamo. Yo voy sentado en el asiento del
copiloto viajando en su inmenso sofá y mirando a mí amigo que no para de
contarme absolutamente todo de los sitios por los que pasamos, veo a aquel niño
rubio en la sonrisa del hombre que conduce.
El primer
día nos llevó a comer a Lobito de Mar,
cuando yo todavía no había asimilado toda esa ola de ilusión que me producía
estar con él, hablar con él, rememorar los viejos tiempo después de tantos años.
El camarero
prepara el Carpaccio de chuletón de atún
con huevos fritos al ajillo. Con la cuchara recoge la yema de los huevos y
la reparte por el carpaccio de atún en un ritual que a mí me produce escalofríos,
eso que ahora llaman Asmr, y así se lo digo.
El tren se
detiene en Santa Ana, la estación de Antequera. Las estaciones son esos no
lugares donde el tiempo está de paso. La vida se detiene unos minutos
intrascendentes, todo ocurre antes o después de una estación, nada es en una
estación…
De niños jugábamos
con las chicas en el local de su padre. Pasábamos allí las tardes después del colegio.
Dábamos vueltas a las chicas en la montesa de su hermano mayor alrededor de una
columna.
Andamos y
andamos por el paseo marítimo viendo el mar en Marbella, el sol del atardecer
nos da de frente.
- _ Aquello es África, la cordillera Rif de Marruecos y
eso el peñón de Gibraltar. Por aquí te puedes ir andando hasta Algeciras.
En el cartel
del Hotel Gran Meliá Don Pepe ya no pone Don Pepe. Andamos y andamos, nos cruzamos
con gente que saluda a Paco, gente haciendo footing y a gente montando en
bicicleta y nosotros andamos y andamos. Ya es de noche cuando subimos por el
Hotel Puente Romano y el propio Puente Romano es una ciudad.
En el tren pasan
los recuerdos en un lento desorden. El traqueteo me ha ido venciendo y me produce
somnolencia, los ojos se me van cerrando y pienso que estoy sentado en el
sillón de Nati tapado con una manta, comiendo chocolate y viendo al mentalista.
La noche que no quisimos salir a cenar Paco abrió el pata negra de Guijuelo, él
pelaba el jamón en la cocina y Natí hablaba por teléfono y yo oía su voz a lo
lejos mientras roncaba en la gloría de su sillón…
En la
terraza de Er Pichi de Caí de Málaga hace
un frio que pela, hemos quedado allí con Paquillo. Cuando llega me pongo de
puntillas y doy un abrazo a este tipo que mide dos metros tres, luego me
caliento las manos con las tortillitas de
camarones.
En el hipopótamo
nos vamos hacía la Calle Larios. Hace un frío insoportable en Málaga después de
vivir estos días en el verano de Marbella. Paseamos pensando que está despedida
ya no nos alejará.
Es ya de
noche cuando nos despedimos en la entrada de la María Zambrano… y cuando abrazo
a Paco me viene a la cabeza eso que decía Billy
Wilder:
“Recuerda que eres tan bueno como lo mejor que
hayas hecho en tu vida”
Antonio
Misas
Madrid, 4
de diciembre de 2021
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