P ara Sole, querida amiga. A veces estamos solos, Sole y yo. Hablamos un poco de todo, de nuestros dientes y dentistas, le damos vueltas a este asunto de los dientes. Hablamos de viajes, de todos sus viajes y de si tuvimos o no la misma impresión en La Fontana di Trevi. Me cuenta lo de aquel viaje a Sevilla, y especulamos con que si la estafaron con la ración de jamón, y yo le digo que si fue porque ella y sus amigas hablaban en francés. Y me habla mucho de Suiza, de su vida allí y de Sotillo, de sus hermanas, habla con devoción de su marido, de sus hijas, de su yerno, de sus nietas, de Pablo. Ella da un trago a la botella de agua para seguir hablando y yo bebo cerveza, me lio un cigarrillo y escucho atentamente lo que me dice. - ¿Cuántos años tenías cuando te quedaste viuda? - Cincuenta y dos. Yo sé que en todo lo que me dice hay esa profundidad que solo existe en los abismos. Nunca lo dejará atrás después de haberlo revivido cientos, miles de veces, porque a cierta
La realidad es lo que se puede describir con el lenguaje, es un lenguaje descriptivo, no la realidad en sí. Por eso “los límites de mi lenguaje son los límites de mi mundo” Ludwig Wittgenstein