Para Marta López Wangeneberg y para todos los suyos Siempre me recordó a esa chica guapa del telediario que se pone seria para dar las noticias. Conservaba una timidez natural en la que casi nadie repara y, a menudo los desconocidos, confundían con ese engreimiento que solemos llevar puesto los del norte. La consecuencia era ese gesto inexorable y limpio, puro como el hielo y la bondad. He de reconocer que me encantaba hablar con ella de las cosas mundanas como si fueran ajenas a nosotros, porque con ella sentía eso que buscaba siempre para observar al mundo; distancia. Ella tenía esa capacidad. Una mirada que la alejaba de las cosas, el mundo estaba ahí y nosotros nos encontrábamos a salvo de ser parte de esa incomodidad implícita que conlleva la pertenencia. Y aunque nada nos librara de esos momentos de gravedad que a veces nos ocurren al vivir, me sentía reconfortado charlando con ella, porque hasta en los momentos difíciles era capaz de encontrar la conformidad necesaria
La realidad es lo que se puede describir con el lenguaje, es un lenguaje descriptivo, no la realidad en sí. Por eso “los límites de mi lenguaje son los límites de mi mundo” Ludwig Wittgenstein