P ara Ignacio Prieto La búsqueda de la oenegé no daba resultados, demasiados requisitos y nadie se fiaba de un tipo con antecedentes. El mundo me había menoscabado por esa parte que dice causar descrédito en la fama o en la honra. Deambular por la red y por Madrid se había convertido en una empresa inútil. Como contrapartida, aquella búsqueda me había ayudado a asimilar algo que en otras circunstancias nunca hubiera pretendido. La grandeza de un hombre reside en su corazón abatido. Eso era lo que pensaba ante la infinita paciencia de aquel compañero de trabajo que solía acompañarme a buscar la oenegé. Entre visita y visita a aquellos potenciales clientes hablábamos de nuestras vidas por los fondos de la ciudad. Él, en otros tiempos, se ganó la vida como cámara de televisión, y hasta llegó a tener su propia productora hasta que la crisis le arruinó, ruina de la que no se había recuperado. Pasábamos horas viajando de allí para acá en el metro, viendo miles de car
La realidad es lo que se puede describir con el lenguaje, es un lenguaje descriptivo, no la realidad en sí. Por eso “los límites de mi lenguaje son los límites de mi mundo” Ludwig Wittgenstein