A veces
pienso en aquellos ríos de venas azules que recorrían su piel blanca. A veces me
sigo viendo queriendo adivinar sus pechos diminutos cuando dejaba ver su tórax
huesudo y azul. A veces, dentro de aquella carnosidad rosada de sus labios había
una burla oculta en su sonrisa, solamente para ti.
La recuerdo
cuando llegaba a la playa con los boyfriend jeans, siempre muy grandes… se
desvestía flaca, huesuda, cuidándose de la arena y ordenaba sus alpargatas. Después
extendía la toalla y se tumbaba boca arriba al sol, flexionaba sus piernas largas
y el bikini hacía un puente desde su vientre hasta sus caderas. Y entonces me
parecía advertir la expresión más magnífica de la belleza al observar todo
aquello, tan azul, y al mirarla podía masticar el color de su piel en su olor cálido.
Entonces el
mundo era bonito y libre para un adolescente que podía permitirse poder tener
aquellas ideas disparatadas y con ellas, descubrir las cosas, soñar con la necesidad de
apreciar lo nuevo de forma romántica y extravagante, y decidir hacer un ideario
imaginario de esa niña y los colores de su piel.
La libertad
era la idea, agarrarte a ella, forzar la belleza sin límites, y sin prejuicios
fantasear arreglando conceptos hasta saborear y tocar algún pensamiento que te
pudiera curar de la promesa del futuro.
Y ahora me
siento acabado, incapaz, enfermo de futuro.
Madrid, 4 de enero de 2017
Antonio Misas