Seiscientos treinta, trescientos
cinco, quinientos veintiuno, ciento treinta y cuatro, cuatro…
…por la
mañana me llamaron desde ese número largo de centralita. Ni siquiera conozco el
nombre de aquella señora del juzgado que me llamaba para ratificar la sentencia
y que al día siguiente a las nueve y medía quedé en ir a ver. - No faltes, me
dijo y colgó-. Reconozco que al principio me preocupé y pasé el resto del día
dentro de un malestar inusual, incrementando el mismo con el que llevaba
conviviendo todo este tiempo.
La primera
semana después de soplar fue de incertidumbre, de pesadumbre, no sabía que
ocurriría con mi carnet y con mi vida mientras esperaba el juicio rápido.
Deambulaba sin fin por el verano de Madrid sin centrarme en el trabajo de
prospección, y por las noches apenas descansaba cuando lograba conciliar el
sueño.
Hay ciertas
sensibilidades que se despiertan en los momentos difíciles, la mente busca incesante
la belleza del mundo, la casualidad en las cosas bonitas. La mente se
entretiene en el misterio inacabable de las pequeñas razones por las que
permanecer aquí buscando señales y momentos gratos dentro de la tormenta, y ese
mismo día por la tarde, atravesando la plaza de Manuel Becerra vi a una chica con
un vestido largo boho que me recordó a Angharad Rees, la Demelza de la primera
serie de Poldark, la de mi infancia. Lo interpreté como una señal de que las
cosas podrían empezar a mejorar. Bajé hacía ventas y entré sin muchas ganas en
la vieja librería salesiana Don Bosco. Me dirigí a una mujer que no me escuchó y
después hablé con un encargado con aspecto de personaje literario del siglo
diecinueve que tenía una pequeña cuna de niño Jesús en las manos y que me
escuchó como quien oye llover, miré sus cámaras prehistóricas una vez más y me
fui. Un poco más abajo entré en una peluquería y cuando vi que eran chinos, me
quedé a cortarme el pelo con la intención de acudir al juzgado con un mejor aspecto.
Había
pasado el día haciendo prospección comercial por Madrid. Habían dejado de darme
visitas de telemarketing, pues ya no podía cubrir largas distancias en breves
espacios de tiempo, era una cuestión de física. Ya todo lo tenía que sacar de
mis esfuerzos directos, las tarjetas que entregaba para que me devolvieran una
cita, ya no me revertían, simplemente, no volvía a saber nada más. Aquel mundo
voraz de entrar a los negocios a puerta fría se había vuelto todavía más áspero,
había dejado de disfrutar ofreciendo a la gente cámaras y alarmas, seguridad
para su negocio. Había comenzado un declive del que ya no podría volver.
El día que
notifiqué en la empresa la pérdida del carnet de conducir cambió la actitud de
mi jefe con respecto a mí, reprochó mi mala conducta y desde ese momento dejó
de tratarme como a uno de los suyos. Empezó a crearse ese abismo que acabaría
separándonos del todo y en consecuencia acabarían despidiéndome veinte días
después.
Al día
siguiente me presenté en el juzgado a las nueve y media. Permanecí ante aquella
señora con aspecto de madre protectora todo el tiempo que le llevó escribir la
ejecutoria de la sentencia. Me entregó los papeles donde decía que el veinticinco
de abril (de dos mil diecisiete) acabará la condena y recuperaré la libertad de
conducir.
¿No será esa
fecha otra señal?
Madríd, 1
de octubre de 2016
Antonio
Misas