…al día
siguiente me desperté y sentando en el borde de la cama pensé que sería ahora imprescindible no pensar. No
pensar en nada. Miré por la ventana como si pudiera averiguar algún indicio de
la que iba a ser la semana más calurosa del verano e intenté hacer como si por
mi vida no pasará nada que pudiera alterarla. Pero no me lo podía quitar de la
cabeza, veía a la juez cuando se dirigía a mí y a la fiscal que no dijo nada durante
toda la vista. O a mi abogada de oficio cuando me aconsejaba ocho meses, dos
días y cuarenta días más de trabajos comunitarios.
O me veía a
mí a las puertas del cielo en un pasillo de la segunda planta del Juzgado de la
Plaza de Castilla entre tipos endemoniados enseñando sus brazos tatuados,
mujeres magrebíes acarreando a sus hijos que me hacían participe de sus cosas,
o abogados mal vestidos aconsejando aceptar penas acordadas a clientes
desorientados. Estaba metido en mi destino y este se estaba escribiendo en la
secretaría de aquel juzgado por los asistentes de los secretarios de aquellos
jueces.
Pero ese
tiempo que dicen que lo cura todo se comportaba ahora como una figura humana que
petulante me reprochaba, me perseguía y atormentaba y no dejaba en paz a las
partes más vulnerables de mi razón y, tal vez, de mi alma. Era un cuadro de
Goya, y definitivamente, puedo asegurar que El
sueño de la razón produce monstruos.
Debe de
haber pasado un mes desde que soplé el globo y con un cero coma sesenta y nueve
me convertí en un delincuente. Los primeros días después del juicio estaba desolado, debía estar sintiendo eso que llaman, daño moral o un simple desánimo que no me permitía ser yo.
No sé si me
sentía peor por el hecho en sí o por inquietarme lo más mínimo por un incidente
que es más común de lo que pensaba hasta entonces, como pude averiguar en el
día del juicio final y en los días posteriores.
Después de
unos días llamé a mi madre como el que se acuerda de dios en los momentos
difíciles. Hablamos de sus achaques, de los médicos, de sus perros, de la
familia y al despedirnos me dijo; te
quiero mucho hijo.
Aliviado
por aquella señal de amor verdadero me dormí casi en paz, me dormí leyendo esto
de Bukowski:
"Me gusta pensar en toda esta gente que me
enseñó tantas cosas que yo nunca había imaginado antes. Y me enseñaron bien,
muy bien, muy bien cuando eso era tan necesario. Me mostraron tantas cosas que nunca
creí que fueran posibles. Todos esos amigos bien adentro de mi sangre quienes
cuando no había ninguna oportunidad me dieron una."
Madrid, 23
de septiembre de 2016
Antonio
Misas