Para Gonzalo Flores Bas
Los
camareros de la taberna visten de negro. Al fondo, debajo de los cuadros de
Joyce, Wilde, Butler o George Bernard Saw, está sentado trabajando, ajustándose
a los propósitos que se marcó ayer, buscando solucionar los muchos quebraderos
de cabeza que suelen quitarle el sueño por las noches. La madera oscura y la luz
tenue de la taberna dejan adivinar la silueta de un hombre sentado pensando en
esas cosas, en sus cosas. Da un sorbo al café que hay sobre la mesa y pone cara
de que se le ha quedado frío.
De vez en
cuando da algunas indicaciones a los empleados de la taberna. Se muestra como
un hombre templado. Cuando les habla deja un punto efímero en el tiempo que a
los otros les hace titubear… ellos se detienen, piensan, y siguen con lo que
han entendido.
Cuando me
ve, pone un mohín de agrado, casi una sonrisa. Me dice, qué tal, ¿Cómo te van
las cosas?, le digo que bien. Y se alegra participando de ello.
Detrás de
esa sonrisa leve se encuentra un tipo noble. Es lo que pienso cuando le miro. Me
dice, ¿Qué quieres tomar? Le digo, un café con hielo y hablamos a ratos
mientras él sigue con su trabajo. Me pregunta por algún amigo común. Me dice
que pronto será el cumpleaños de su hijo. Mencionamos nuestra conversación
pendiente sobre la infancia y la vida, hay considerables vicisitudes comunes,
es algo que no deberíamos postergar.
La taberna
se va llenando de gente, pronto será la hora de las comidas. Las camareras ya han
dispuesto las mesas para ello. El mediodía llegará y será un ir y venir de
gente, casi frenético, luego todo pasará para dejar un espacio de calma. Recogerán
y será la tarde la que nos acercará la noche como una rueda que nunca se
detiene.
Me voy cavilando
solo por la acera. Giro en la calle Campezo con Deyanira. En el semáforo se para
un coche lleno de chicas adolescentes. La música sale con fuerza desde dentro. Cantan esa canción de Ellie Goulding, something
in the way you move que suena tanto ahora. Puedo verlas gritar esa canción alegres
y felices.
Aunque la existencia
sigue conservando su naturaleza, lo que contiene el mundo no deja de modernizarse,
de ser otra cosa, eso me sorprende de forma placentera. Y me hace pensar que a
estas alturas, nuestros hijos, ya habrán heredado la tierra.
Es bonito
entrar en el Clover House cuando está Gonzalo. Y como decía William Butler
Yeats: La vida es una bengala roja de sueños.
Madrid, 7 de agosto de 2016
Antonio Misas