Para Gonzalo Flores Bas Los camareros de la taberna visten de negro. Al fondo, debajo de los cuadros de Joyce, Wilde, Butler o George Bernard Saw, está sentado trabajando, ajustándose a los propósitos que se marcó ayer, buscando solucionar los muchos quebraderos de cabeza que suelen quitarle el sueño por las noches. La madera oscura y la luz tenue de la taberna dejan adivinar la silueta de un hombre sentado pensando en esas cosas, en sus cosas. Da un sorbo al café que hay sobre la mesa y pone cara de que se le ha quedado frío. De vez en cuando da algunas indicaciones a los empleados de la taberna. Se muestra como un hombre templado. Cuando les habla deja un punto efímero en el tiempo que a los otros les hace titubear… ellos se detienen, piensan, y siguen con lo que han entendido. Cuando me ve, pone un mohín de agrado, casi una sonrisa. Me dice, qué tal, ¿Cómo te van las cosas?, le digo que bien. Y se alegra participando de ello. Detrás de esa sonrisa leve se en
La realidad es lo que se puede describir con el lenguaje, es un lenguaje descriptivo, no la realidad en sí. Por eso “los límites de mi lenguaje son los límites de mi mundo” Ludwig Wittgenstein