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del acero de un puñal

En Madrid hace noche de pensar. Habrá gente destinada a pasar por las horcas caudinas que les quitará el sueño, o por cualquier otro tipo de preocupación, sabe dios lo que soportan hoy los hombres y las mujeres.

Los insectos pululan en círculos. Se aferran a la luz de la farolas y al aire. Se posan en la piel, parecen sentir la sangre, escuchar como recorre las venas. Es imposible ignorar estos sucesos sin existir tan quieto. Es agradable agarrarse a las cosas mínimas cuando piensas que quizás nada tenga ya mucho sentido. Buscar en una reunión de pequeños sucesos algo de espiritualidad con lo que armonizar un poco el sabor amargo de la existencia. Observar que la calle está llena de papeles, que hoy debió de pasar mucha gente por aquí, y que la luna ya en lo alto hace sombra y dibuja una urna en la esquina perfilada de un edificio que se tuerce en tus zapatos. Lo infame es saber que te dedicas a pensar en estas cosas para evitar no pensar en tanto sometimiento o en otras de actual relevancia. La imaginación opta por escaparse a veces con ideas insignificantes.

Esta noche sería posible volver a la infancia y jugar con las nubes. El cielo es el lugar preferido para los indefensos, su amplitud proyecta libertad en el sentido más estricto de la palabra.

No hay nada como volver a imaginar a aquel adolescente libre y atolondrado tumbado en la hierba mirando al cielo y saber que estaba dibujando sueños... y que no le importaba el discurrir del tiempo ni el destino. Saber que se levantaría de aquel prado verde y sin dejar de soñar,  de madrugada, entraría en la casa de sus padres de forma clandestina, iría a la cocina, abriría la nevera, levantaría la tapa de alguna cazuela, y casi metiendo la cabeza en el frigorífico comería macarrones fríos. Después se dormiría satisfecho de haber vivido ese día. No hay nada como volver a imaginar a aquel gigante.

Al pretender vertebrar la consciencia regresamos a momentos ya intangibles del camino, a esos donde alguna vez nos juzgaron o nos consideraron pasajeros de otra época.  

Después vino lo de pasar por el yugo, la punzada del acero de un puñal en una vida llena de aflicción, harto ya de tanto agotamiento. 

Madrid, 25 de mayo de 2015
Antonio Misas