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Comienzo


    A las cuatro de la mañana pensar es casi una obligación, rondar la casa, este desaliento con el que te escribo obligándome a buscar alguna posibilidad, algo de esperanza, y aun sabiendo que este es un viaje que se debe hacer sola...  

    Sentí frío y me levanté a cerrar la ventana, miré temerosa aquella oscuridad, la noche aciaga… Después, asida a la almohada, pensé en todas esas cosas que no se deben dejar notar a los demás.

    En sueños salí a la calle y vi ejércitos de hombres y mujeres ausentes, ciegos ante esto que me pasa… y a nadie pude decirle nada. Fui invisible, incierta… igual fue por eso que quiero escribirte... 

    Por la mañana me miro al espejo y veo ese color apagado en la mirada, sé que es ese que da la conciencia de seguir existiendo…  en los ojos tengo lagrimas que no deben salir porque no son eso que se necesita ahora, aunque cada día me sienta derrotada, disfrazada…

    La vida me va yendo así. Como un amargo duelo, me dice el psicólogo, que tengo que ejercitarme y hacerme promesas, que no son sagradas, que esto que me pasa son necesidades de crecimiento, ciclos necesarios de fracaso, que tengo que intentar comprender la evolución y cambiar. La incertidumbre del cambio. Improvisar soluciones, vivir de fragmentos y explorar en la complejidad de las teorías, y sentirme ruina. Sostenerme... sin explotar, qué rabia… 

    Cuanto sé, no me abriga frente al mundo. Saber todas esas cosas que se deben saber para no estar llena de dudas, no me protege de mí… y me encuentro con los mismos abismos… y me hago cargo de este peso que te impongo si te escribo, y te escribo. 

   

Madrid, 11 de julio de 2014

Antonio Misas