«A veces veo en el cielo playas sin fin, cubiertas
de blancas naciones jubilosas. Un gran navío agita, encima de mí, sus
pabellones multicolores bajo las brisas de la mañana. He creado todas las
fiestas, todos los triunfos, todos los dramas.» Arthur Rimbaud
¿Cuál
es el sentido de la vida?... dijo, y echó a andar, por la acera, en un mediodía
febril, atestado de mediocridad, asumiendo aquella incomprensión, sumido en el
abatimiento por tantos pensamientos nefastos, asqueado, harto de hundirse por
aquella influencia adversa y violenta que nunca lo dejaría crecer, en esa forma
de vida de otros y en sus ideas inamovibles, de aquellos con los que había
perdido, tantas veces, el tiempo. Pensó que no volvería a acudir a aquellos
encuentros, que no podría luchar contra el desinterés de ellos por avanzar. No
podía, ante tantas palabras arrogantes, irreflexivas, ante opiniones banales
formadas por creencias refractarias e inflexibles. Y le parecía que no podía
pensar bajo ese sol abrasador, que no podía permanecer en aquella dinámica
baldía. Las relaciones con los demás deben hacernos prosperar y no menguar ni
estancarnos, no puede ocurrir todo de forma tan vana y pueril. No podía
sentarse a ver pasar la vida y escuchar, y opinar si ésta es en realidad lo que
creen creer otros que es, y saberse tan distante, tantas veces, y permanecer
allí, haciendo eso hasta olvidarse de sí mismo y de sus expectativas hasta
perder la paciencia y la cordura.
Ella llegó sobre las once y lo encontró pensando en
esto, desesperanzado. Le habló de la amistad, la piedad y admiración, la
debilidad, la fuerza y la ternura.
Fue en uno de esos días calurosos del mes de junio
en los que por la noche apenas refresca y la brisa es suave.
Madrid, 08 de junio de 2014
Antonio Misas