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con todas estas cosas en la cabeza...


De madrugada en la puerta de aquel garito siempre había dos porteros, algún borracho argumentando por qué debía entrar y gente fumando. Dentro, la música sonaba alta. La camarera cubana era de una belleza insuperable, como la bondad. Estábamos cuatro, sin una mujer que nos pudiera adoctrinar, solos, los cuatro, supongo que en eso de siempre, pegados a la barra, chocando el cristal de las copas, sintiendo eso de solo solos somos libres, observando todo, desde afuera, sin los comprometidos afectos de ellas, en el placer del momento, en las emociones primarias, en ese estado simple de los hombres, en eso de que el hombre sólo se quiere y se afirma a sí mismo ilimitadamente. Aunque estaba distraído con aquello en aquel momento, me hallaba prisionero en el dilema de siempre, en esa dependencia que invariablemente acababa en los otros, o en una mujer, y me producía una necesidad mucho más allá del alcance de los sentidos. Intentaba engañar esa forma gregaria de ser que tenemos casi todos los hombres, esa forma de querer siempre estar influyendo en algo o manipulando a alguien generalmente con fines interesados y sabía que en ese momento no había nada que me pudiera arrastrar más a tanta debilidad que pensar en esas cosas. 

Y pensaba que con todas estas cosas en la cabeza, asumía una vida fingida, mediocre, alejada de toda autenticidad y pureza, infectada por los malos hábitos, por pensamientos nefastos, con la conciencia de un perdedor abatido por la desesperanza.

Madrid, 22 de Marzo de 2014

Antonio Misas