De madrugada en la puerta de aquel garito siempre había dos porteros, algún borracho argumentando por qué debía entrar y gente fumando. Dentro, la música sonaba alta. La camarera cubana era de una belleza insuperable, como la bondad. Estábamos cuatro, sin una mujer que nos pudiera adoctrinar, solos, los cuatro, supongo que en eso de siempre, pegados a la barra, chocando el cristal de las copas, sintiendo eso de solo solos somos libres, observando todo, desde afuera, sin los comprometidos afectos de ellas, en el placer del momento, en las emociones primarias, en ese estado simple de los hombres, en eso de que el hombre sólo se quiere y se afirma a sí mismo ilimitadamente. Aunque estaba distraído con aquello en aquel momento, me hallaba prisionero en el dilema de siempre, en esa dependencia que invariablemente acababa en los otros, o en una mujer, y me producía una necesidad mucho más allá del alcance de los sentidos. Intentaba engañar esa forma gregaria de ser que tenemos casi to
La realidad es lo que se puede describir con el lenguaje, es un lenguaje descriptivo, no la realidad en sí. Por eso “los límites de mi lenguaje son los límites de mi mundo” Ludwig Wittgenstein