Siempre pensé que Elia había
venido a un mundo de sombras. Siempre pensé que Elia tampoco tendría muchas
luces para iluminar este mundo.
Yo fui el pequeño de tres
hasta aquel día de noviembre. A los doce años ya estaba más que harto de lo que
ocurría en nuestra casa. El viejo nos daba tan mala vida, que tuvimos que
aprender a desconectar en aquellos momentos intensos e indeseables que pasaba
con nosotros. Era su carácter, nos decía. Más tarde supimos que era su propio
miedo a vivir. _Nos estresabas tanto que nos bloqueábamos, le dijimos muchos
años después. - Supongo que aprendimos a desconectar para evitar aquel bloqueo
y que aquello, apareció en nuestro cerebro mientras vivíamos. Había que seguir
pensando que en el mundo había otras cosas.
La pequeña llegó tarde,
llegó cuando nosotros nos estábamos haciendo mayores y ya dominábamos lo de
desconectar, ese sistema de la razón que nos evitaba sufrir y nos permitía ser
felices a pesar de todo. Crecimos con la seguridad de que no éramos una
verdadera familia. ¡Estábamos obligados a vivir con un progenitor cainita! Pero
a Elia, a la pequeña, en alguna ocasión la escuché referirse a nuestra familia
como una familia normal y esa, era indudablemente, señal de que la niña no
podía tener muchas luces con las que iluminar este mundo. Tengo la duda de si Elia
llegó a vivir de la misma manera eso que a nosotros nos paralizó tanto. Nunca
supimos lo que realmente tenía en su cabeza. Ahora pienso que la debimos de
dejar muy sola.
Un día puso a nuestra Madre
en la calle y se lavó las manos aludiendo a que nosotros no éramos mejor que
ella.
Madrid, 12 de febrero de 2013
Antonio Misas