Las
cosas que me dijiste ya no sostienen esta casa.
Te miré como si te hubieras
muerto. Y tú me mirabas, también, como si te hubieras muerto.
No
pude recordar más que eso. Nadie había a nuestro alrededor en aquella
conversación cuando vino esta miseria. Estuvimos ocupados siendo infelices,
saboreando el cianuro de la vida, como si nunca nos fuera a pasar nada. Y
luego nos fuimos separando de nosotros.
Los
otros que ahora somos, yacen en el jardín sentados en nuestras lapidas,
bebiendo lágrimas y hablando de nosotros, de lo mal que lo hicimos todo. Ahí
espían nuestras culpas, el último aliento.
Ahí,
sé que está enterrada nuestra paz y habita muerta nuestra risa. Ahora somos eso
que flota en las ideas, tiempo en cuerpos desmembrados.
Estamos
en un lugar donde ya no se asean los pobres de la tierra.
Madrid,
16 de octubre de 2013
Antonio Misas