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¿Cuánto vale una PEPSI COLA?



Estamos sentados en una mesa de la terraza de un bar de la calle Fuencarral, en un sitio nuevo donde los botellines cuestan ochenta céntimos, parece increíble. Mientras hablamos llega un tipo con pinta de retrasado de esos que reparten estampitas. Pone una a cada lado de la mesa. Las estampitas no son estampitas. Son calendarios con la imagen de la milagrosa, de esos que dejan en los mostradores de los estancos y las carnicerías para los clientes.  

Me mira fijamente. Le miro, es feo. Hago como si fuera invisible. No se va. La miro a ella que está esperando ver que reacción voy a tener. Miro al tipo y pienso que no va a dejar de mirarme. Meto la mano en el bolsillo y escarbo en las monedas. Le doy cuarenta céntimos. El tipo recoge el calendario de mi lado de la mesa y después el del lado de ella. Tiene un brazo corto, contraído, la mano en forma de cazo. Las vuelve a colocar en el taco que lleva en la mano de cazo como si fueran cromos que acabara de cambiar en el patio del colegio y se va sin decir adiós. En la mesa que está a nuestra espalda hay tres con pinta de retrasados. Uno besa a la chica en los labios.  Empuja sus labios contra los de ella como si besara el cristal de la luna de un escaparte. Lleva la bandera de España en la pulsera de la muñeca derecha y en los cuellos del polo.  

Llega el tipo de las estampitas, se sienta con ellos y les pregunta cuánto vale una PEPSI COLA. Pregunta, que si quieren volver mañana a esta terraza o prefieren cambiar. 

Madrid, 5 de septiembre de 2013
Antonio Misas