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«La dama del perrito»



El hombre leía el cuento de Chejov tumbado en la cama de la habitación del hotel. Pasaba el tiempo y no la olvidaba, no se la podía quitar de la cabeza. Estaba seguro de que en la realidad, su asunto, era otra cosa. No era lo mismo un disparatado enamoramiento a bocajarro, que el amor verdadero, o lo que él creía que le pasaba, que estaba metido dentro de una de sus chaladuras. Pero este razonamiento no le impedía seguir chiflado por aquella mujer.

 «_El tiempo pasa deprisa, y sin embargo, ¡es tan triste esto! -dijo ella sin mirarlo.»

««Algo hay de triste en esta mujer», pensó...»

«-Hay gotas de rocío sobre la hierba -dijo Anna Sergeyevna después de un silencio.»

«-Sí. Es hora de volver a casa. Y se volvieron a la ciudad.»

El caso es que él se veía como Dmitri Gúrov cuando pensaba en ella y en este momento ni estaba en un hotel, ni leía el cuento de Chejov, ni nada de esto que pensaba estaba ocurriendo.
El hombre iba andando por la calle con las manos en los bolsillos pensando en sus cosas, o eso creía. 

Madrid, 31 de agosto de 2013
Antonio Misas