Para Valentina De Paz
Garmendia
Al principio, a la chica
menuda, le afectó que quisieran prescindir de ella. Le trastocó los planes el
asunto del despido. En las últimas semanas la vida había sido de lo más feliz,
ya que ella y su novio habían decidido irse a vivir juntos. Había empezado a
mirar pisos con ilusión, y al chico, con los ojos que te pone el
agradecimiento. Los tiempos se iban cumpliendo en eso de la felicidad y ahora
también estaba programado esto otro, lo inesperado. La inquietud.
Hizo un repaso desde que
viniera de Venezuela. Prácticamente solo había trabajado en ese lugar y ahora
la cerrarían las puertas para siempre. Sopesó su vida personal y se vio
compensada con que, por este camino, todo iba mucho mejor por primera vez desde
que viniera. Se abría una brecha en esta cosa estúpida del equilibrio. Una de
las patas se quedaba coja, al menos eso es lo que decían las teorías manidas de
los psicólogos. La intranquilidad.
Se puso el casco y la
chaqueta de cordura. Se subió en la parte de atrás de la Build, se agarró a la
cintura de su chico, apoyó la cara en su espalda, cerró muy fuerte los ojos y
cuando la moto dio un tirón y rugió por las calles de Madrid, se apretó contra
la certeza de que cualquier camino nos puede llevar directos, al paraíso.
Madrid, 10 de agosto de 2013
Antonio Misas