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Mostrando entradas de agosto, 2013

«La dama del perrito»

El hombre leía el cuento de Chejov tumbado en la cama de la habitación del hotel. Pasaba el tiempo y no la olvidaba, no se la podía quitar de la cabeza. Estaba seguro de que en la realidad, su asunto, era otra cosa. No era lo mismo un disparatado enamoramiento a bocajarro, que el amor verdadero, o lo que él creía que le pasaba, que estaba metido dentro de una de sus chaladuras. Pero este razonamiento no le impedía seguir chiflado por aquella mujer.  «_El tiempo pasa deprisa, y sin embargo, ¡es tan triste esto! -dijo ella sin mirarlo. » ««Algo hay de triste en esta mujer», pensó... » «-Hay gotas de rocío sobre la hierba -dijo Anna Sergeyevna después de un silencio.» «-Sí. Es hora de volver a casa. Y se volvieron a la ciudad.» El caso es que él se veía como   Dmitri Gúrov cuando pensaba en ella y en este momento ni estaba en un hotel, ni leía el cuento de Chejov, ni nada de esto que pensaba estaba ocurriendo. El hombre iba andando por la calle con las manos e

Un extranjero en la vida…

Por aquellos días ya no me podía soportar. Lo sentía así, como te digo, desabrigado por mis propias ideas. Pensando en la retroacción que es vivir. Buscando un no sé qué en la profundidad de las cosas. Empecé a fumar dos paquetes de cigarrillos diarios, a darle al güisqui más de la cuenta y al café americano, a no comer. Me miraba las palmas de las manos peguntándome por qué razón todo se había vuelto sofocante. Agarraba el vaso y me sentaba en el sillón a ver pasar la vida. La vida contigo, la vida sin ti, la vida con los demás, la vida, sin más. Siempre estaba dándole vueltas a eso. Somos actores, me decía, cambiamos de compañeros de reparto, nada más. Eso de nada más estaba siempre rondando por mi cabeza. El cerebro era un puto tren limitado por las vías, no encontraba más caminos. Pueden imaginarse que de esta salió, sino, no nos hubiera llegado esta carta.     Gijón, 23 de agosto de 2013 Antonio Misas 

La dentista tiene mendigos chinos en jaulas

Carmen, la dentista, le decía que pensara en una playa del Caribe de arena blanca. Que pensara en un Yate fondeado en una cala, en la mar turquesa, en el sol y en chicas bikini, en chicas rubias y morenas de cuerpos perfectos.  Pero él estaba metido en el barro hasta las rodillas, en la ciénaga de un pantano. Salían a flote rostros de ahogados de las simas entre las ramas muertas de los árboles muertos, sumergidos. El avión había caído en un bosque, pero él estaba metido en un pantano. Arizona Robbins había perdido una pierna en el accidente. Aquella pesadilla era en sí misma, un manicomio y, para que me entiendan, él no podía salir solo de ella, estaba recostado en el sillón de la consulta con un babero ridículo. Sentía que cada pinchazo en la encía era una luz que se apagaba. La piel blanca estaba empapada y los muertos en descomposición le miraban y se aproximaban, alargaban las manos blancas sin uñas. Estoy en el purgatorio de una puta pesadilla. Tengo que bajar la actividad cer

Las naranjas están sobrevaloradas

Mi madre dice que, si la fruta ya no es buena, que, si ya no es como la de antes, pero, que las naranjas te limpian. ¿Entonces, es buena? Ya no somos los de antes, la fruta es peor y nuestra vida es como fruta. A veces me parece que no sabe de nada, después de todo, recoge su opinión y opina por el simple acto de guardar la cola en la frutería o en la tienda de turno y luego viene y me lo cuenta. Lo mismo que hacemos todos. ¿Te limpia qué? Es como si se hubiera pasado todo el tiempo pensando en la fruta y repitiendo la misma canción. ¿Qué nos importa la fruta? Te limpia el alma. ¿Qué nos importa la fruta prohibida? Hablábamos de naranjas y eso era no comer una manzana. ¿Una manzana podrida? No, no morder una manzana cargada de inmoralidad y de sidra o de vinagre. Entonces todo lo que tiene que ver con dios tiene que ver con la fruta. No, tiene que ver con no comer manzanas, pero no con las naranjas. Dicen que una manzana al día nos evita acudir al médico…    La cocina hue

LaS pAlAbRaS

No pudo oír nunca más sus voces, ni leer sus palabras escritas, ni nada. Porque de pronto ellas decidieron que ya no le dirían nada. Dijo que dejó de soñar y de pensar en ellas, de amarlas, para alejarse del silencio. No sabía estar solo y ese efecto que produce el silencio del que necesitas que te hable, le hacía sentirse solo. No permitió a la razón que acusara ese dolor que produce el desafecto. Recordó a Miel, aquella chica sordomuda de Valencia que muchos años atrás le enseñó el valor que tiene que los demás te tengan en cuenta. El abandono de aquellas mujeres era un hecho.   Por primera vez se detuvo para descubrir a todas aquellas amigas y amigos que le hablaban, le sonreían, le escribían y le aceptaban con sus equivocaciones, sus yerros, sus desvaríos y sus putas meteduras de pata. Sacó el paquete rojo de PALL MALL y encendió otro cigarrillo. Tocó las monedas del bolsillo derecho y, con un gesto levantó la jarra vacía de cerveza para que le viera el camarero, son

Edificar una casa

para AOZ Eché a andar, crucé pasos de peatones, me cuidé de que no me atropellara un Tranvía y maldije esa ciudad. No quise ser yo ni que tú lo supieras.  No pude permanecer.  Me asfixié. Edifiqué una jaula para mí.  Fui mi extraño. Entonces necesité regresar para no perder la prospectiva. Observé los árboles que hacían sombra mientras se acababa la tarde. Vi a mi hijo jugar y pude abrazarle muy fuerte. Intentar hacer lo correcto… pero eso me impidió ser yo. Me dejó a merced de los otros, obviando nuestro presente.     Tuve que tomar distancia para saber quién me acompañaba en el viaje. Echarte de menos sería un buen lugar para edificar nuestra casa.  Madrid, 13 de agosto de 2013 Antonio Misas

Ahora toca la pata paraíso

Para Valentina De Paz Garmendia  Al principio, a la chica menuda, le afectó que quisieran prescindir de ella. Le trastocó los planes el asunto del despido. En las últimas semanas la vida había sido de lo más feliz, ya que ella y su novio habían decidido irse a vivir juntos. Había empezado a mirar pisos con ilusión, y al chico, con los ojos que te pone el agradecimiento. Los tiempos se iban cumpliendo en eso de la felicidad y ahora también estaba programado esto otro, lo inesperado. La inquietud.      Hizo un repaso desde que viniera de Venezuela. Prácticamente solo había trabajado en ese lugar y ahora la cerrarían las puertas para siempre. Sopesó su vida personal y se vio compensada con que, por este camino, todo iba mucho mejor por primera vez desde que viniera. Se abría una brecha en esta cosa estúpida del equilibrio. Una de las patas se quedaba coja, al menos eso es lo que decían las teorías manidas de los psicólogos. La intranquilidad.   Se puso el casco y la chaqu

La última excusa

El lugar no significaba nada, cualquier lugar. La vida a veces era un transcurso, quiero decir, daba lo mismo estar aparcado o pasando por ella. El calor, el frío, la lluvia, el verano. El ruido, el silencio. La luz, la oscuridad. Había solo que estar vivo. Pero ella apareció un día en la vida de aquel tipo, y alguien le dijo todo esto y él, se vio así.  Para él, evocarla era sencillo, venía solo, y detrás, todo esto. No había más. Los pequeños vacíos, los grandes vacíos y ella. Se jodió aquello de simplificar la vida. Se acabó permanecer envuelto de paz. Toda masa gris desplaza el mundo. La receta era saber dosificar aquello y reconocer que si alguna vez pensó que había estado por encima del bien y del mal, ahora era todo diferente. Se acabó. Solo con las ocurrencias necesarias se sale adelante y se consigue dormir bien. No era la primera vez que una mano agarraba su corazón. En su cabeza solo oía el ruido de la hora punta. Se repetía la imagen del mismo grafiti de siempre «s