Al muerto
no le faltaban motivos para estar en la caja de pino. Aquel tipo parecía un
ángel dormido. Podría haber encontrado la muerte en una reyerta,
pero fue la quinina. La china de la calle Divino Pastor no perdonó
sus infidelidades, la mala vida, las palizas. La curiosidad me llevó
al tanatorio a mostrar todos mis respetos a la familia.
Cuando leí la noticia en el periódico supe que tenía que acudir a conocerlo. Yo
al tipo no lo había visto en mi vida. A Lin si, a ella la conocía desde hacía
años de ir a comprar el pan. Lin era extrovertida y nos hablaba a todos de sus
problemas. Era cariñosa con los niños y atenta y divertida con los adultos. En
el tanatorio, observé a la familia, besé a la madre, di la mano al padre,
incluso hablé de nuestra infancia con la hermana que no acertaba a recordarme.
De pronto vi a la vieja de los perros, a la chica de la plaza, al del estanco
del dos de mayo, a la de la tienda de antigüedades, a las peluqueras de san
Andrés, al pobre de pedir de la esquina de Fuencarral, a los gitanos que recogían
el cartón del chino, a la vigilante de la hora…
Madrid, 24
de febrero de 2012
Antonio
Misas