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Cruzando el rio amarillo


Para Gigante, "Alguien" y su ejército de salvación, gracias.

Aquel día permanecí ahogándome en mis vómitos más tiempo del que hubiera imaginado nunca que un hombre podría pasar en el infierno. Era como tener encima todos los escombros del terremoto  de San Francisco de mil novecientos seis.  Todo comenzó cuando agarré la china y le di fuego sobre el tabaco de la palma de mi mano, aquello olía a mis catorce años. Hice un porro feo pero bien cargado, incluso pellizque la postura verde y lo mezclé con el tabaco para asegurar un buen colocón.  Después del segundo porro empecé a sudar en Groenlandia, los demás se habían transportado a otra dimensión desde la cual ya no me podían ver. Me levanté tambaleándome y me fui al baño, metí la cabeza en el océano de aquel retrete y eché todas las putas almendras, cacahuetes y jodidos pistachos que tenía en el universo de mi estómago flotando con el Pampero. La vuelta atrás había comenzado, nada ya podría evitar la travesía amarilla que se me venía encima. El Monzón se había iniciado. 

Tumbado en posición fetal en aquel WC de dos metros cuadrados, ciego, inválido, sin voluntad, perdí la  noción del tiempo, el teléfono móvil sonó dos veces en el bolsillo del traje pero estaba demasiado lejos para alcanzarlo. Después de mucho tiempo oyendo los gemidos de mi animal herido, oí la voz amiga de un gigante que movilizaba su ejército de salvación para sacarme de allí en una odisea que duró cuatro millones de años y que acabó en la otra orilla cuando Alguien, abrió con mis llaves la puerta de mi casa,  me las puso en una mano, las gafas en la otra y  cerró la puerta.               

Madrid, 14 de octubre de 2012
Antonio Misas