Para Andrés Prieto Felipe En cada semáforo hay una chica con botas altas. Álvaro va detrás contando taxis. Yo he sacado el medio dólar porque hace tiempo que perdí los amuletos del pensamiento. La otra mitad la tiene Andrés en el Norte. Ya no recuerdo cuándo y dónde lo partimos. En la noche de Malasaña el público está esperando a vivir y es imposible aparcar. El medio dólar formaba parte de nuestra fortuna en aquellos días en los que comíamos un menú en la Ford o en el bar Azul. En los mismos en que desde el cueto de San Bartolo, oteábamos a unos muchachos que les daba igual tomar un burdeos en el Quartier Latín de París, o unos vinos de la tierra de León, en Astorga. Eran años en que empezábamos a detestar Madrid y solíamos ir a Villameca. En la mesa de la casa de tus padres, Pedrín dijo una vez; “A mí el chorizo cocido, lo mismo me da meterlo en la boca que tirarlo “pa” la carretera “y eso que decía Pedrín, hoy, muchos años después, es la vida.
La realidad es lo que se puede describir con el lenguaje, es un lenguaje descriptivo, no la realidad en sí. Por eso “los límites de mi lenguaje son los límites de mi mundo” Ludwig Wittgenstein