imaginé
a aquella señora en algún lugar árido del cono sur recogiendo el fruto de
una tierra estéril, mirando al cielo con los brazos alzados y ofreciendo a Dios
con sus manos apretadas los terruños secos. Dio un pequeño discurso antes de
empezar. La amabilidad de sus palabras, contrastaban con la dureza de su
expresión. Empezó a aporrear la guitarra y con una voz áspera y masculina
se dispuso a interpretar canciones populares. Cuando el tren entraba en una
estación hizo un gesto violento y dejó de cantar, ocultó la guitarra junto a
sus piernas, se agarró a la barra y disimuló haciéndose pasar por una pasajera
más. En el andén, el vigilante de seguridad prefirió seguir mirando a las
chicas que se apresuraban a entrar en el vagón. En los túneles reanudó la
actuación, pero la siguiente estación estaba tan próxima que enseguida recogió
los bártulos y salió a toda prisa para intentarlo en el siguiente vagón,
olvidando recoger las monedas que los pasajeros ofrecían.
Cuando
cruzó las puertas me pareció oírla decir; de Madrid al cielo... nos vemos
en el infierno.
Madrid, 17 de junio de 2011
Antonio
Misas