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Buenos Aires...

me falta esa ciudad. En la taberna de abajo aquel tipo pensaba en esas cosas. Había estado en el cine viendo Carancho. Le gustaba ver a Ricardo Darín, podía meterse en su pellejo y ser otro en otro lugar. Todas sus vidas en las películas eran un escape... como beber. Siempre había oído que Buenos Aires se parecía mucho a Madrid y el cine le permitía viajar allí. En la taberna pensaba en esas cosas. Había ido al cine después del trabajo. Aquel día había trabajado en el Gran Café Comercial dando un extra, y aquel día el encargado le dijo que no volviera. Cuando le pidió explicaciones, el encargado le respondió; no te quiero ver más por aquí.

A última hora se vio envuelto en la pelea, estaba como una cuba y nunca sabía por qué le pegaban, nunca recordaba lo que decía o a quién faltaba... solo pensaba que los borrachos, como los niños, nunca mienten. Salía de la taberna dando tumbos y pensando en esas cosas.

Llegó a casa y su mujer le dijo; ¡apestas a alcohol! Rompió una silla contra la pared y la abofeteó, pensaba que se lo merecía, que siempre se lo merecía. Ella cogió al niño y se encerró en el baño. Él se puso a dar gritos y patadas a la puerta hasta que agotado decidió irse al salón. Puso el canal7 de la televisión y se durmió viendo como un negro bien armado se cepillaba a una rubia de enormes pechos.

Por la mañana vio una silla rota. Entró en la cocina, miró a su mujer y se encendió un cigarrillo. Ella le miró de reojo y él la sonrió, pensó que aquella mujer era lo mejor que tenía en su vida... le había dado un hijo... y el niño, el niño era su vida. Miró al niño y le dijo: ven aquí, no me mires con esa cara, no tengas miedo, soy tu padre. Piensa en la suerte que tienes, yo nunca conocí al mío.

Madrid, 26 de junio de 2011

Antonio Misas