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Mostrando entradas de junio, 2011

Buenos Aires...

me falta esa ciudad. En la taberna de abajo aquel tipo pensaba en esas cosas. Había estado en el cine viendo Carancho. Le gustaba ver a Ricardo Darín, podía meterse en su pellejo y ser otro en otro lugar. Todas sus vidas en las películas eran un escape... como beber. Siempre había oído que Buenos Aires se parecía mucho a Madrid y el cine le permitía viajar allí. En la taberna pensaba en esas cosas. Había ido al cine después del trabajo. Aquel día había trabajado en el Gran Café Comercial dando un extra, y aquel día el encargado le dijo que no volviera. Cuando le pidió explicaciones, el encargado le respondió; no te quiero ver más por aquí. A última hora se vio envuelto en la pelea, estaba como una cuba y nunca sabía por qué le pegaban, nunca recordaba lo que decía o a quién faltaba... solo pensaba que los borrachos, como los niños, nunca mienten. Salía de la taberna dando tumbos y pensando en esas cosas. Llegó a casa y su mujer le dijo; ¡apestas a alcohol! Rompió una silla c

en el frio calor del metro...

imaginé a aquella señora en algún lugar árido del cono sur recogiendo el fruto de una tierra estéril, mirando al cielo con los brazos alzados y ofreciendo a Dios con sus manos apretadas los terruños secos. Dio un pequeño discurso antes de empezar. La amabilidad de sus palabras, contrastaban con la dureza de su expresión.  Empezó a aporrear la guitarra y con una voz áspera y masculina se dispuso a interpretar canciones populares. Cuando el tren entraba en una estación hizo un gesto violento y dejó de cantar, ocultó la guitarra junto a sus piernas, se agarró a la barra y disimuló haciéndose pasar por una pasajera más. En el andén, el vigilante de seguridad prefirió seguir mirando a las chicas que se apresuraban a entrar en el vagón. En los túneles reanudó la actuación, pero la siguiente estación estaba tan próxima que enseguida recogió los bártulos y salió a toda prisa para intentarlo en el siguiente vagón, olvidando recoger las monedas que los pasajeros ofrecían. Cuando cruzó las

Handke, breves metros de calle

Los adoquines de Malasaña son páginas escritas del chino del dolor. Tropiezo a propósito con los viandantes que se van cruzando por otra ciudad que voy pariendo, desordenada, desdibujada, con planos de ruido y de vértigo. El árbol feliz arde, arde porque va mezclándose con las llamas de los contenedores de reciclaje que alguien quemó en otro espacio del tiempo en el ya no estamos, ahora arde, y al arder, sus ramas se aferran al fuego para ser raíces hacía algún lugar triste en el cielo. En el teatro Maravillas no pone tócala otra vez san, pone el miedo del portero al penalti. Madrid, 4 de junio, de 2011 Antonio Misas