Aquel tipo había dado un navajazo al otro en
la pierna. Se retorcía en el suelo. Había pegado a las Prostitutas, a los
proxenetas, a los camareros, a los clientes y había roto los taburetes, las botellas
y la máquina de la música. Olía a almacén de licores y a perfume. El gigante
apartó la cortina roja con el bate de béisbol y primero le pego en la herida.
Alguien dijo: ¡no le mates! La segunda le desfiguró la cara y los dientes se
perdieron entre los cristales rotos.
_ ya sé que soy una puta, pero tienes que
entender que no soy solo tuya.
Cuando vio las luces de la ambulancia
aparecer por el callejón, se fue, ella ya había acabado su jornada.
Paró un taxi y empezó el chaparrón. Con este
calor, eran normal las tormentas de verano, le dijo el taxista.
Madrid, 26 de junio de 2010
Antonio Misas