A ella le gustaba arreglar el mundo y a mi
pasar el día tumbado en el sofá viendo la televisión. A ella le gustaba
resolver los problemas ajenos y yo no era capaz de resolver ni los míos. Ella
te despedía hoy y te contrataba mañana y te volvía a despedir al día siguiente.
Ella te reñía porque todo lo hacías mal y a mí no me importaba hacerlo todo
mal. Ella te perseguía hasta encontrarte y yo cada día me encontraba más
perdido. Cuando ella tomaba el rol de su madre, yo adquiría el de mi padre y
eso hacía que a mí me llamaran Little Boy y a ella, “Enola Gay, todo lo demás
era Hiroshima. Ella cada vez era más perfecta, más amable y más guapa y yo era
cada vez más imperfecto, más mal hablado, desagradable y más feo, hasta engordé
veinte kilos en este Madrid de los cojones. Nuestra vida era un perfecto
desconsuelo, éramos equilibristas sobre cables de alta tensión.
Esta tarde me ha vuelto a despedir. Me fui
echando humo como si en mi cabeza alguien hubiera instalado la puta chimenea
del infierno.
Madrid,
12 de mayo de 2010
Antonio
Misas