Para José Antonio Boduderé y José Luís Conde Llegó un día en el que dejé de sentirme inmortal y no fui inmediatamente consciente. Deje de volar y recalé en los remolinos del mar, en los pensamientos de la muerte. Enumeré todos los muertos que había visto de niño y perdí la cuenta pensando en la playa. No sé si alguno de aquellos muertos me importó pero la muerte me traslada a una tarde de verano. Una tarde de verano es el lugar más triste. El sol permanece en los ahogados rodeados de gente. Ya no me impacta la oscuridad, superé el trance escuchando el aleluya de Leonard Cohen. Sin temer que el diablo me llevara o que un muerto me llamara para acompañarle a la tumba. Llego un día en el que me sentí frustrado y era tan niño que empecé a vivir de mis impulsos. Cada impulso es un grito ahogado en el que nadie repara, en el que nadie te ve, ni te oye. Enumeré todos los fracasos que había tenido desde niño y perdí la cuenta pensando en nada. No sé si a
La realidad es lo que se puede describir con el lenguaje, es un lenguaje descriptivo, no la realidad en sí. Por eso “los límites de mi lenguaje son los límites de mi mundo” Ludwig Wittgenstein