Para Álvaro Misas Sierra
Entró en el
ascensor y esperó a que le llevara. Sonó el ruido de un mensaje en el móvil,
metió la mano en el bolsillo, pulsó en la pantalla el icono de mensajes y leyó el
aviso: «se ha producido una falta de
asistencia de su hijo a la clase de valores éticos». Pensó en que su hijo
se estaba esforzando en el instituto con una dedicación inusual para un chico
de su edad. El profesor de Literatura había logrado que creara un blog en el
cual escribía sobre un diario de refugiados montando a la vez textos de la
literatura medieval. Él era el protagonista de ese viaje, escribía y aprendía,
y con el paso del tiempo adquiriría conocimientos sobre Lengua y Literatura y
el uso de la palabra escrita. Se estaba recreando en la composición de versos
con métricas y técnicas del Medievo y narrando una historia inventada, y lo
mejor, apreciaba a ese profesor que le había ayudado a disfrutar de la
asignatura y a pensar.
Pasaron unos
segundos antes de que se percatara que no había tocado ningún botón. Toco el
cero en el teclado digital y el ascensor descendió. Salió pensando en la gEnte
que crea Y recrea el mundO, que amortigUa el tedio y la banalidad...
En el portal
volvió a leer el mensaje: «se ha producido
una falta de asistencia de su hijo a la clase de valores éticos». Pensó que
no le importaba.
Tampoco le
importaba que hubieran relegado asignaturas como Música y Filosofía y que ahora
lo hicieran con la Literatura Universal, al fin y al cabo, él jamás oyó hablar
de la importancia de los Simbolistas Franceses en un instituto y sabía de buena
tinta que la mayoría de la gente no tenía ni idea de quienes eran Baudelaire,
Verlaine o Mallarmé. Tampoco oyó
hablar nunca de Realismo Sucio, ni de tipos como Carver, Bukowski, Tobias
Wolff, Richard Ford o John Fante, o de Cheever y mucho menos de Salinger. Pero
claro, él no era un ejemplo de nada, en todo caso de arrogancia, y de
permanecer en una eventual autocomplacencia
que le había llevado directamente a la frustración y al fracaso. Por eso solía
hacer un drama del mundo y de sus propias limitaciones, que durante un tiempo
justificó con aquello de Ortega y Gasset, «yo
soy yo y mis circunstancias» hasta que llegó alguien como Constantino
Bértolo y le dijo «uno en esta vida es lo
que quiere ser»
«Kant afirmó que
la felicidad no es siempre buena porque a veces conduce a la arrogancia y
porque un espectador razonable e imparcial no sentirá nunca satisfacción al
contemplar a una persona a quien siempre le va todo bien, pero cuya felicidad
es inmerecida ya que su voluntad no manifiesta ningún rasgo de bondad.»
Madrid, 3 de junio de 2017
Antonio Misas