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Doce años

para Álvaro

                                               

Mi hijo está atravesando esa edad en la que siempre dije: yo me detuve. Esa edad donde me acostumbré a permanecer en el desorden. Donde observar el polvo de las estanterías de la habitación, mientras pensabas en cualquier cosa, te convertía en sujeto de un paisaje lunar y cotidiano. Empezabas a ser consciente de que ya eras un adulto doce años más viejo, y que no había retorno, debías vivir. Compartías problemas, penas y alegrías en una familia que no habías elegido, y tenías que acatar el orden y las normas de un mundo al que te habían traído sin preguntarte. Empezabas a pensar como ellos y eso te parecía un horror. Te veías obligado a identificarte con las personas y costumbres que te llevaban a ser ese que no querías ser.  Solo soñabas que algún día tú serías otro que no se parecía a ese (tan poco maleable) que ellos intentaban hacer que fueras, y con esa esperanza ibas subsistiendo y atendiendo a los miles de reparos, que sin remedio, te veías abocado.

Él está ahora transitando por esa edad donde el universo es pequeño en comparación con las ideas.


Ahora, con doce años, me encuentro metido dentro de un tipo de cincuenta que no se parece en nada a aquel que soñaba que quería ser. De alguna manera me explico porque siempre dije que esa es la edad en la que un día supe que me había detenido. Lo que no he averiguado aún es, después de tantos años, qué fue lo que hizo que me quedara ahí y nunca llegara a convertirme en un tipo que sé que no soy.  


Madrid, 13 de junio de 2015
Antonio Misas