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Lo único que no se puede comprar en esta vida es el tiempo.


La lluvia me ha calado las manos. Tengo los dedos ateridos dentro de los guantes mojados. He aparcado la moto contra la pared del edificio, por el temporal. Vendí una página de distrito21, el periódico local para el que trabajo. No estoy contento, no estoy contento. Cuando venía y más me azotaba el viento y la lluvia iba conduciendo y pensando en Miami; en ese calor asfixiante que pasé el fin de semana, en que tuve que tirar de mi cuerpo, remediarme para sobrevivir al día, estar todo el tiempo intentando saborear la vida. Pensando en cómo lo hacía aquel negro alto y flaco con traje blanco que bailaba en el Bayside. Pensando en cuando me saludaba con su sombrero blanco alzando su daiquiri y en cómo me miraba y me sonreía mientras le hacía la fotografía. Después vi la otra moto tirada en la carretera mojada con la luz encendida dirigiendo su foco al vacio, y al hombre inmóvil que se había precipitado bajo la lluvia tumbado en esa postura inverosímil que solo nos puede anunciar la muerte. No sentía las manos mojadas y frías, solo oía las gotas de agua golpeándome el casco y un silencio, de muerte.

Observo a la señora que friega el portal, al conserje que pisa con cuidado las baldosas mientras reparte unas cartas por los buzones, a la madre que riñe a los niños que corren y gritan y no me importa estar empapado y que tarde en llegar el ascensor. Alguien sube hablando por el móvil desde el garaje y se oyen las poleas por el hueco tras la puerta. 


Hay una instantánea sensación de gravedad ahora en todo lo que vivo. Es vida y es tiempo. 






Madrid, 27 de noviembre de 2014
Antonio Misas